lunes, 8 de diciembre de 2014

Reflexión Semanal 2: Adviento, camino de conversión



Andrés Bravo
Profesor de la UNICA

            Somos un pueblo peregrino en busca de la casa de donde salimos cuando, por el pecado, rompimos nuestra relación con el Padre Dios prefiriendo vivir por nuestra cuenta, confiando sólo en nuestras fuerzas. Pretendiendo ser libres, nos separamos de aquel que nos hizo para la libertad y el amor. Pero, nos atraparon las ambiciones, los placeres, los egoísmos, odios y envidias. Ya no quisimos reconocer a los otros como hermanos, sino como enemigos. Creamos nuestra cárcel que nos mantiene presos en nuestros propio “yo individual”. También se destruyó la armonía original de la creación. Nos hicimos hijos rebeldes de Dios, explotadores de nuestros hermanos y esclavos del mundo material. Así, pues, perdimos la libertad y vivimos sumergidos en la desgracia.
            Pero, quien nos creo para la libertad y el amor no se resigna en dejarnos perder. El Pastor de Israel se revela, despierta su poder y viene a salvarnos (cf. Salmo 80/79). Dios se hace adviento, aquel que viene contantemente a nosotros para liberarnos y volvernos al camino que nos conduce a la casa de la libertad y el amor. Hoy la Iglesia, desde el desierto del mundo, alza la voz del Profeta para anunciar, con fuerza: “Aquí está tu Dios… No temas, que yo estoy contigo; no te angusties, que yo soy tu Dios; te fortalezco, te auxilio y te sostengo” (Is 40,9; 41,10).
            Pedro, por su parte, afirma que lo que quiere Dios es que nos arrepintamos y transitemos el camino correcto de la conversión. Es que el mundo pecador será destruido y nacerá “un cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia” (2Pe 3,13). Esta es la esperanza activa. No se espera en la quietud, en el confort, sino con el espíritu inquieto. Sabiendo que somos pecadores, debemos esforzarnos en enderezar los caminos, en pedir perdón y perdonar: “Mientras esperan estas cosas hagan todo lo posible para que Dios los encuentre en paz, sin mancha ni culpa” (2Pe 3,14).
Otra vez, desde el desierto de mundo, la Iglesia adopta el oficio del Bautista para insistirnos en la necesidad de convertirnos porque “ya viene… quien nos bautizará con el Espíritu Santo” (Mc 1,7-8). La exhortación a la conversión se va a escuchar contantemente mientras andamos por nuestra historia hacia la eternidad. Hoy, tal como lo hicieron los que escucharon la predicación del Bautista, debemos examinar nuestra conciencia y reconocer cuáles son nuestros pecados, con sinceridad. Porque al tomar conciencia de nuestros pecados, la luz del Espíritu Santo nos señalará el modo de cambiar y reconocer al Señor que viene a manifestar al Padre misericordioso. Jesucristo nos dirá que para que el Padre nos perdone, debemos comprometernos a la reconciliación entre los hermanos. Es imposible ser hijos de Dios sin ser hermanos de los demás.
La conversión es una gracia que hemos recibido, que nos hace capaces de rectificar, de cambiar, de transformarnos. Sólo la persona humana, creada para la libertad y el amor, es capaz de volver, de cambiar, de enderezar el camino de la historia, para retomar la vía correcta de la entrega amorosa que nos conduce a la casa eterna. Sólo la persona humana puede, como lo dirá san Pablo a los Romanos (12,2), discernir la voluntad de Dios, lo que es bueno, aceptable y perfecto. Sólo él cambia total y sinceramente porque tiene un corazón y un entendimiento para lo bueno. Por eso, la conversión es un acto libre y liberador. Nos realiza como personas humanas y nos hace dignos de la comunión entre nosotros y con Dios.
Maracaibo, 7 de diciembre 2014

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