viernes, 12 de diciembre de 2014

Reflexión Semanal 3: Alégrense en el Señor



Andrés Bravo
Profesor de la UNICA

            En el tercer domingo de adviento, la Iglesia hace suyo el pregón paulino: “Estén siempre alegres. Oren en todo momento. Den gracias a Dios por todo, porque esto es lo que él quiere de ustedes como creyentes en Cristo Jesús” (1Ts 5,16-18). La alegría, la oración y la acción de gracias nos acompañan en el camino espiritual de adviento, porque viene quien nos ama y a quien amamos. Si es triste alejarse de un ser querido, cuánto más es el júbilo que produce el acercamiento de aquél que amamos. Nuestro corazón se prepara con esmero, se organiza la fiesta con gozo.
Recordemos un bello documento del beato Pablo VI que nos invita: “Estén siempre alegres en el Señor, porque él está cerca de cuantos lo invocan de verdad” (Gaudete in Domino 1). Es la misma exhortación de san Pablo a los filipenses (4,4-5), quien agrega: “Que todos los conozcan a ustedes como personas bondadosas”. Porque la alegría cristiana es expresión del bien. Así también lo pregona el profeta: “Me alegro en el Señor con toda el alma… porque me cubrió con un manto de justicia” (Is 61,10-11). El escrito del papa está enmarcado en un contexto históricos de júbilo, el Año Santo de 1975, y es un llamado, hoy más necesario, a la renovación interior y a la reconciliación en Cristo.
Ciertamente, el pecado ha trastornado el rumbo de nuestra historia y nos ha dejado terribles consecuencias de sufrimientos, maldades que, muchas veces, hacen mayor daño a los más débiles de nuestros pueblos. Sin embargo, nuestro beato nos invita a gozar por “la alegría exultante de la existencia y de la vida; la alegría del amor honesto y santificado; la alegría tranquilizadora de la naturaleza y del silencio; la alegría a veces austera del trabajo esmerado; la alegría y la satisfacción del deber cumplido; la alegría transparente de la pureza, del servicio, del saber compartir; la alegría exigente del sacrificio” (Gaudete in Domino 12).
Pero, nada produce más gozo que la reconciliación. Hasta Dios hace fiesta cuando perdona. En estos tiempos, busquemos el modo de acercarnos los unos a los otros. A veces argumentamos que no perdonamos porque la razón está de nuestra parte. Sin embargo, estamos convencidos de que se gana más perdonando y acogiendo al otro que empeñándonos en defender nuestras razones. La lógica del Señor es distinta, el amor es primordial. Recordemos a Jesús en la cruz, el inocente condenado por el mundo. Sin embargo, su acción es contraria, el mundo culpable es perdonado y liberado por el amor entregado. Es esto lo que nos da la victoria: “¡Me ha cubierto de victoria!”, lo profetiza Isaías.
También el papa Francisco nos invita a “la alegría del Evangelio (que) llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (Evangelii Gaudium 1).
Para nuestro actual pastor, la alegría, don de Dios que se renueva en navidad, se debe comunicar y abrir a la fraternidad. Porque, “cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien” (Evangelii Gaudium 2).
Nuestra exhortación es la de vivir de tal manera la fe en el amor, empeñarnos en la reconciliación y la construcción de la fraternidad, que podamos cantar con sinceridad las alabanzas de María: “Mi espíritu se alegra en Dios mi salvador, porque Él ha puesto sus ojos en la humildad de sus servidores” (Lc 1,46-48).

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