lunes, 2 de febrero de 2015

Haz de Evangelizador


Andrés Bravo

Profesor de la UNICA

Reflexión Semanal 11 
Quinto domingo ordinario 

            San Pablo es para la Iglesia uno de los más grandes modelos de evangelizadores (cf. 1Cor 9,16, 19.22-23), porque su predicación está autorizada por saberse elegido del Señor, por su conversión y su testimonio de vida, acompañado por compartir solidariamente la existencia con aquellos a quienes evangeliza: “Me hice débil con los débiles para ganar a los débiles. Me hice todo a todos para salvarlos. Y todo lo hago por la buena noticia (Evangelio), para participar de ella” (1Cor 9, 22-23). Con esta autoridad se hace maestro y apóstol que le da el derecho a exigirnos: “Delante de Dios y de Jesucristo, que ha de juzgar a vivos y muertos, te encargo por su manifestación como rey, proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, convence, reprende, exhorta con toda paciencia y pedagogía… Haz de evangelizador” (2Tim 4,1-2.5). Para la Iglesia, como para san Pablo, evangelizar es una orden del Señor, no es una iniciativa personal. Hace crecer a las comunidades, no al individuo solitario.

             Es, pues, San Pablo quien me brinda la oportunidad para reflexionar sobre la evangelización, la misión que identifica a la Iglesia, por tanto, a cada uno de los seguidores de Jesús. Sin embargo, es Jesús el Evangelizador por antonomasia, el originario modelo de evangelizador. Como lo enseña Pablo VI, “Jesús mismo, Evangelio de Dios (cf. Mc 1,1; Rom 1,1-3), ha sido el primero y el más grande evangelizador. Lo ha sido hasta el final, hasta la perfección, hasta el sacrificio de su existencia terrena” (Evangelii nuntiandi 7). Todos nosotros somos evangelizadores en, por y como Jesús. Él es el mensaje, la buena noticia, y su mensaje es el nuestro: el reino de Dios. Por tanto, “debemos presentar a Jesús de Nazaret compartiendo la vida, las esperanzas y las angustias de su pueblo y mostrar que Él es el Cristo creído, proclamado y celebrado por la Iglesia” (Puebla 176).

            La evangelización engloba todo el misterio de la Iglesia, ella existe para evangelizar y todo lo que es y hace es para cumplir este mandato misionero. La misma organización institucional de la Iglesia tiene sentido porque expresa la presencia de Cristo y su obra de salvación. Pienso que el Concilio Plenario de Venezuela lo ha expresado maravillosamente en sus diferentes documentos, en clave de comunión. De hecho, si la Iglesia es, por vocación, evangelizadora, toda la organización existe para esta misión. Puebla identifica a cada organismo eclesial como agente comunitario de evangelización. Por su parte, nuestro Concilio Plenario habla de “instancias de comunión del pueblo de Dios para la misión”. Por eso, se plantea el desafío de “renovar las actuales instancias y organismos para que puedan ser expresiones más eficaces de comunión en la misión, ante la necesidad de profundizar en la corresponsabilidad de todos los miembros del Pueblo de Dios en la acción evangelizadora” (Doc. 11, numeral 150). De igual modo la catequesis, la liturgia y todas las acciones pastorales.

            Se evangeliza en la proclamación de la Palabra. No como una simple alocución, debemos hacer como Jesús con los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35), acercarnos a las personas, acompañarlas, hacernos sus compañeros de camino, hablarles al corazón sobre cómo Dios durante la historia nos ha amado, hasta que les arda de pasión por la Palabra, compartir la comida eucarística y hacer presente al Señor resucitado en el ágape de la vida. Así, los evangelizados salen de sus miedos y se convierten en evangelizadores: ¡Jesús ha resucitado y es el Cristo salvador!. Para esto, debemos dar primacía a la Palabra anunciada, fundamentando nuestra acción con la Eucaristía para que se traduzca en la caridad y comunión, fruto de la misión. La misma existencia entregada en la caridad irradia y testimonia la Palabra, es decir, es evangelizadora.

            Dos puntos más convienen destacar en esta reflexión. Me refiero a la enseñanza de Pablo VI en la Evangelii nuntiandi sobre la evangelización de la cultura, porque “la ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo, como lo fue también en otras épocas. De ahí que hay que hacer todos los esfuerzos con vista a una generosa evangelización de la cultura, o más exactamente de las culturas. Estas deben ser regeneradas por el encuentro con la Buena Nueva. Pero este encuentro no se llevará a cabo si la Buena Nueva no es proclamada” (21). Este punto ha sido ampliamente tratado por los papas sucesores y por los diferentes documentos eclesiales latinoamericanos.

            Otro punto, tratado también por Pablo VI en su referida exhortación, es la relación entre evangelización y promoción humana (desarrollo, liberación) con vínculos muy fuerte. El beato papa nos cuestiona “¿Cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre?” (31).

            Maracaibo, 8 de febrero de 2015

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