Andrés Bravo
Profesor de la
UNICA
Reflexión Semanal 11
Quinto
domingo ordinario
San Pablo es para la Iglesia uno de
los más grandes modelos de evangelizadores (cf. 1Cor 9,16, 19.22-23), porque su
predicación está autorizada por saberse elegido del Señor, por su conversión y
su testimonio de vida, acompañado por compartir solidariamente la existencia
con aquellos a quienes evangeliza: “Me hice débil con los débiles para ganar a
los débiles. Me hice todo a todos para salvarlos. Y todo lo hago por la buena
noticia (Evangelio), para participar de ella” (1Cor 9, 22-23). Con esta
autoridad se hace maestro y apóstol que le da el derecho a exigirnos: “Delante
de Dios y de Jesucristo, que ha de juzgar a vivos y muertos, te encargo por su
manifestación como rey, proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo,
convence, reprende, exhorta con toda paciencia y pedagogía… Haz de
evangelizador” (2Tim 4,1-2.5). Para la Iglesia, como para san Pablo,
evangelizar es una orden del Señor, no es una iniciativa personal. Hace crecer
a las comunidades, no al individuo solitario.
Es, pues, San Pablo quien me brinda la
oportunidad para reflexionar sobre la evangelización, la misión que identifica
a la Iglesia, por tanto, a cada uno de los seguidores de Jesús. Sin embargo, es
Jesús el Evangelizador por antonomasia, el originario modelo de evangelizador.
Como lo enseña Pablo VI, “Jesús mismo, Evangelio de Dios (cf. Mc 1,1; Rom
1,1-3), ha sido el primero y el más grande evangelizador. Lo ha sido hasta el
final, hasta la perfección, hasta el sacrificio de su existencia terrena” (Evangelii nuntiandi 7). Todos nosotros
somos evangelizadores en, por y como Jesús. Él es el mensaje, la buena noticia,
y su mensaje es el nuestro: el reino de Dios. Por tanto, “debemos presentar a
Jesús de Nazaret compartiendo la vida, las esperanzas y las angustias de su
pueblo y mostrar que Él es el Cristo creído, proclamado y celebrado por la
Iglesia” (Puebla 176).
La evangelización engloba todo el
misterio de la Iglesia, ella existe para evangelizar y todo lo que es y hace es
para cumplir este mandato misionero. La misma organización institucional de la
Iglesia tiene sentido porque expresa la presencia de Cristo y su obra de
salvación. Pienso que el Concilio Plenario de Venezuela lo ha expresado
maravillosamente en sus diferentes documentos, en clave de comunión. De hecho,
si la Iglesia es, por vocación, evangelizadora, toda la organización existe
para esta misión. Puebla identifica a cada organismo eclesial como agente
comunitario de evangelización. Por su parte, nuestro Concilio Plenario habla de
“instancias de comunión del pueblo de Dios para la misión”. Por eso, se plantea
el desafío de “renovar las actuales instancias y organismos para que puedan ser
expresiones más eficaces de comunión en la misión, ante la necesidad de
profundizar en la corresponsabilidad de todos los miembros del Pueblo de Dios
en la acción evangelizadora” (Doc. 11, numeral 150). De igual modo la
catequesis, la liturgia y todas las acciones pastorales.
Se evangeliza en la proclamación de
la Palabra. No como una simple alocución, debemos hacer como Jesús con los
discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35), acercarnos a las personas, acompañarlas,
hacernos sus compañeros de camino, hablarles al corazón sobre cómo Dios durante
la historia nos ha amado, hasta que les arda de pasión por la Palabra,
compartir la comida eucarística y hacer presente al Señor resucitado en el
ágape de la vida. Así, los evangelizados salen de sus miedos y se convierten en
evangelizadores: ¡Jesús ha resucitado y es el Cristo salvador!. Para esto,
debemos dar primacía a la Palabra anunciada, fundamentando nuestra acción con
la Eucaristía para que se traduzca en la caridad y comunión, fruto de la
misión. La misma existencia entregada en la caridad irradia y testimonia la
Palabra, es decir, es evangelizadora.
Dos puntos más convienen destacar en
esta reflexión. Me refiero a la enseñanza de Pablo VI en la Evangelii nuntiandi sobre la evangelización
de la cultura, porque “la ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna
el drama de nuestro tiempo, como lo fue también en otras épocas. De ahí que hay
que hacer todos los esfuerzos con vista a una generosa evangelización de la
cultura, o más exactamente de las culturas. Estas deben ser regeneradas por el
encuentro con la Buena Nueva. Pero este encuentro no se llevará a cabo si la
Buena Nueva no es proclamada” (21). Este punto ha sido ampliamente tratado por
los papas sucesores y por los diferentes documentos eclesiales
latinoamericanos.
Otro punto, tratado también por
Pablo VI en su referida exhortación, es la relación entre evangelización y
promoción humana (desarrollo, liberación) con vínculos muy fuerte. El beato
papa nos cuestiona “¿Cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante
la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre?” (31).
Maracaibo, 8 de febrero de 2015
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