Andrés Bravo
Capellán de la UNICA
Compartir es el acto piadoso más querido por el Dios que Jesús nos reveló cuando el mismo Padre lo entregó en la cruz para que nosotros tengamos vida en abundancia. El mismo Dios ha expresado ese agrado por medio del profeta Isaías. Es conveniente seguir escuchando esa voz que denuncia golpeando con fuerza nuestras conciencias para que podamos darnos cuenta de nuestros errores y abrirnos a una conversación sincera. Es que cuando ayunamos, oramos o damos limosnas, parece que a Dios no le agrada porque lo hacemos por interés propio. Pero, además, lo realizamos falsamente, porque al mismo tiempo somos explotadores y, por otro lado, somos causa de discordia y, con nuestras obras u omisiones, construimos una sociedad inhumana. Rechazando a Dios, destruimos la comunión fraterna. Pero, también, cuando destruimos la comunión interhumana, ofendemos a Dios. Hemos construido nuestro propio reino prescindiendo de Dios y, por tanto, lo hemos hecho contra el bien de los humanos. Y, como lo señala el documento de Puebla, en vez de adorar al Dios verdadero, adoramos los ídolos creados por nosotros a nuestra conveniencia: riquezas, poderes, ideologías, lujurias, entre tantos. “Por eso, el hombre se desgarró interiormente. Entrando en el mundo el mal, la muerte y la violencia, el odio y el miedo. Se destruyó la convivencia fraterna. Roto así por el pecado el eje primordial que sujeta al hombre al dominio amoroso del Padre, brotaron todas las esclavitudes.” (Puebla 185-186). Nuestra actual realidad venezolana vive hasta límites extremos esta amarga experiencia que es contraria al plan de Dios, y en la cuaresma 2011 nos interpela.
Tiene razón el Señor cuando nos reclama autenticidad en nuestros actos de piedad que la Iglesia nos ofrece en este tiempo de cuaresma. Por ejemplo, ¿basta el ayuno? Pues no, Él quiere algo más: “El ayuno que más me agrada consiste en esto: en que rompas las cadenas de la injusticia y desates los nudos que aprietan el yugo; en que liberes a los oprimidos y acabes con toda tiranía; en que compartas tu pan con el hambriento y recibas en tu casa al pobre sin techo; en que vistas al que no tiene ropa y no dejes de socorrer a tus semejantes” (Is 58,6-7). Es aquí donde nos reclama una acción social urgente, en una sociedad injusta.
En pocas palabras, cuaresma es un llamado a asumir el compromiso de conversión personal, pero que me impulse a transformar nuestra sociedad. Es tiempo sí de encontrarnos con el Señor que da la vida, que ama hasta las últimas consecuencias. Es tiempo sí de orar y hacer sacrificio. Pero es tiempo, ante todo, de compartir con generosidad. De salir de nuestros egoísmos, para tomar la cruz en serio y encontrar al Siervo Sufriente en los rostros de los más necesitados. El profeta seguirá levantando la voz de Dios para decirnos que no podemos vivir el misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor por pura emotividad. No se conforma el Padre con la sola piedad individual, desencarnada, abstracta, sin compromiso comunitario. Un cristianismo sin cruz es falso. No resucita quien no entrega su vida en el amor.
Sin embargo, el Padre, así como denuncia, promete: “Entonces, si me llamas, yo te responderé; si gritas pidiendo ayuda, yo te diré: aquí estoy. Si haces desaparecer toda opresión, si no insultas a otros ni les levantas calumnias, si te das a ti mismo en servicio del hambriento, si ayudas al afligido en su necesidad, tu luz brillará en la oscuridad, tus sombras se convertirá en luz de mediodía” (Is 58,9-10). La victoria del bien se garantiza por la lucha del amor extremo de Jesús en la cruz. La resurrección es la meta. Es ella la que da sentido a nuestra existencia cristiana. El aparente fracaso del crucificado se convierte en triunfo liberador en la resurrección. Cuaresma no termina en el sacrificio del calvario, pasa por ahí inevitablemente, pero sigue hasta la vida que se hace eterna en la gloria del Padre. Entonces es cuando el mismo resucitado nos recibirá para decirnos que como construimos nuestra historia amándole en el hambriento, en el sediento, en el preso, en el enfermo, en el que no tiene vivienda digna, en el que está necesitado de comprensión, justicia y amor, convencidos de que le hemos servido a Él mismo, nos invitará a compartir la casa de la Comunión Divina donde habitaremos eternamente con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Capellán de la UNICA
Compartir es el acto piadoso más querido por el Dios que Jesús nos reveló cuando el mismo Padre lo entregó en la cruz para que nosotros tengamos vida en abundancia. El mismo Dios ha expresado ese agrado por medio del profeta Isaías. Es conveniente seguir escuchando esa voz que denuncia golpeando con fuerza nuestras conciencias para que podamos darnos cuenta de nuestros errores y abrirnos a una conversación sincera. Es que cuando ayunamos, oramos o damos limosnas, parece que a Dios no le agrada porque lo hacemos por interés propio. Pero, además, lo realizamos falsamente, porque al mismo tiempo somos explotadores y, por otro lado, somos causa de discordia y, con nuestras obras u omisiones, construimos una sociedad inhumana. Rechazando a Dios, destruimos la comunión fraterna. Pero, también, cuando destruimos la comunión interhumana, ofendemos a Dios. Hemos construido nuestro propio reino prescindiendo de Dios y, por tanto, lo hemos hecho contra el bien de los humanos. Y, como lo señala el documento de Puebla, en vez de adorar al Dios verdadero, adoramos los ídolos creados por nosotros a nuestra conveniencia: riquezas, poderes, ideologías, lujurias, entre tantos. “Por eso, el hombre se desgarró interiormente. Entrando en el mundo el mal, la muerte y la violencia, el odio y el miedo. Se destruyó la convivencia fraterna. Roto así por el pecado el eje primordial que sujeta al hombre al dominio amoroso del Padre, brotaron todas las esclavitudes.” (Puebla 185-186). Nuestra actual realidad venezolana vive hasta límites extremos esta amarga experiencia que es contraria al plan de Dios, y en la cuaresma 2011 nos interpela.
Tiene razón el Señor cuando nos reclama autenticidad en nuestros actos de piedad que la Iglesia nos ofrece en este tiempo de cuaresma. Por ejemplo, ¿basta el ayuno? Pues no, Él quiere algo más: “El ayuno que más me agrada consiste en esto: en que rompas las cadenas de la injusticia y desates los nudos que aprietan el yugo; en que liberes a los oprimidos y acabes con toda tiranía; en que compartas tu pan con el hambriento y recibas en tu casa al pobre sin techo; en que vistas al que no tiene ropa y no dejes de socorrer a tus semejantes” (Is 58,6-7). Es aquí donde nos reclama una acción social urgente, en una sociedad injusta.
En pocas palabras, cuaresma es un llamado a asumir el compromiso de conversión personal, pero que me impulse a transformar nuestra sociedad. Es tiempo sí de encontrarnos con el Señor que da la vida, que ama hasta las últimas consecuencias. Es tiempo sí de orar y hacer sacrificio. Pero es tiempo, ante todo, de compartir con generosidad. De salir de nuestros egoísmos, para tomar la cruz en serio y encontrar al Siervo Sufriente en los rostros de los más necesitados. El profeta seguirá levantando la voz de Dios para decirnos que no podemos vivir el misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor por pura emotividad. No se conforma el Padre con la sola piedad individual, desencarnada, abstracta, sin compromiso comunitario. Un cristianismo sin cruz es falso. No resucita quien no entrega su vida en el amor.
Sin embargo, el Padre, así como denuncia, promete: “Entonces, si me llamas, yo te responderé; si gritas pidiendo ayuda, yo te diré: aquí estoy. Si haces desaparecer toda opresión, si no insultas a otros ni les levantas calumnias, si te das a ti mismo en servicio del hambriento, si ayudas al afligido en su necesidad, tu luz brillará en la oscuridad, tus sombras se convertirá en luz de mediodía” (Is 58,9-10). La victoria del bien se garantiza por la lucha del amor extremo de Jesús en la cruz. La resurrección es la meta. Es ella la que da sentido a nuestra existencia cristiana. El aparente fracaso del crucificado se convierte en triunfo liberador en la resurrección. Cuaresma no termina en el sacrificio del calvario, pasa por ahí inevitablemente, pero sigue hasta la vida que se hace eterna en la gloria del Padre. Entonces es cuando el mismo resucitado nos recibirá para decirnos que como construimos nuestra historia amándole en el hambriento, en el sediento, en el preso, en el enfermo, en el que no tiene vivienda digna, en el que está necesitado de comprensión, justicia y amor, convencidos de que le hemos servido a Él mismo, nos invitará a compartir la casa de la Comunión Divina donde habitaremos eternamente con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
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