lunes, 7 de marzo de 2011

MENSAJE PARA LA CUARESMA


Mons. Mario Moronta

Obispo de San Cristobal

AL PRESBITERIO Y A TODO EL PUEBLO
DE DIOS QUE EDIFICA EL REINO
EN ESTAS TIERRAS TACHIRENSES
¡SALUD Y PAZ EN JESUS, EL SEÑOR!


1. Como parte de la tradición litúrgica de la Iglesia, cada año se dedican 40 días para preparar la gran fiesta de la Pascua del Resucitado. Es el tiempo de Cuaresma. Tomando símbolos diversos, tanto del AT como del NT, e inspirándose en la Palabra de Dios, la misma Iglesia invita a todos los creyentes y hombres de buena voluntad a que asuman una actitud de conversión y de acercamiento a Dios. Esa llamada a la conversión es una invitación a renovarse interiormente para ir asumiendo cada vez más en la propia vida los criterios del Evangelio y transparentarlos de manera continua a través del testimonio y compromiso tanto personal como comunitario.


2. Cuando hablamos de conversión hacemos referencia a dos realidades: una primera es el acto de fe en Dios por parte de quien no creía en Él. Una segunda, es el cambio de vida por parte de quien se ha alejado de Dios por causa de su egoísmo y del pecado. Quien hace este acto de conversión decide dejar lo antiguo para manifestar la novedad de vida que se ha recibido en el Bautismo. Ambas realidades son ciertas y necesarias, sobre todo hoy en medio del mundo convulsionado en el que vivimos. Sin embargo, hay una dimensión que le da el verdadero sentido a esas manifestaciones de conversión y permiten que ésta se mantenga a lo largo de la vida de todo creyente: es la invitación que Jesús hace y que Marcos relata al inicio de su evangelio: Jesús predicaba el Evangelio de Dios diciendo: Se ha cumplido el tiempo, y el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,14,15).

3. En estas palabras del Señor se sintetiza claramente el significado y las consecuencias de la conversión, cambio de vida en actitudes y comportamientos. Ante todo, se identifica la conversión con creer en el Evangelio. Quien se convierte, cree en el Evangelio, sea que comience a creer, o que esté dejando su condición de pecador. Por otra parte, convertirse y creer en el Evangelio no se limita a un acto externo, sino que supone una opción clara y decidida por el Evangelio; es decir por la noticia de salvación. Más aún, se trata de hacer manifiesta en todo momento la opción por Jesús, el Cristo, lo que conlleva su seguimiento. Así, la conversión y el creer en el Evangelio no son otra cosa sino seguir a Jesús e identificarse de tal manera con Él que el creyente hace suyos los sentimientos del mismo Señor (Cf. Filp 2,5).


4. Durante la Cuaresma, los diversos agentes de pastoral, acompañados y guiados por sus pastores, suelen invitar a sus hermanos a la conversión personal y comunitaria. Para ello, se organizan diversas actividades importantes de carácter misionero y litúrgico, enmarcados en la MISION DIOCESANA que actualmente desarrolla el “tiempo de la Palabra”. Reconocemos el esmero, la dedicación y el empeño con los que se realizan. Muchos son los frutos, debido a la gracia de Dios que actúa por medio de cada uno de los evangelizadores. Para conseguir mejores frutos, una de las tareas que debemos seguir realizando y fortaleciendo es la proclamación del Evangelio, y con ella, dar a conocer la Persona de Jesús. Es a Él a quien hay que seguir y es Él quien en definitiva concede la gracia de la auténtica conversión que se manifiesta en “creer en el Evangelio”.

5. Por eso, todos los esfuerzos evangelizadores de la Iglesia deben comenzar y centrarse en el anuncio del Evangelio de Salvación, con el cual podemos conocer la Persona de Jesús: así podremos seguirlo dejándolo todo (Cf. Mc 1,18.20), así lograremos conocer al Padre (Cf. Jn 14,8), así conseguiremos palabras de vida eterna (cf. Jn 6,68), así seremos capaces de recibir la fuerza del Espíritu (cf. Jn 16,7) y así podremos alcanzar la plenitud de la vida. Quien conoce a Jesús, Dios y hombre verdadero como confesamos en el CREDO, puede entrar en comunión con Él, de tal manera que dé frutos (Cf. Jn 15,5) y sea reconocido como su discípulo. Por algo Él mismo se autopresentó como el CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA (Jn 14,6). Nosotros lo proclamamos como el PRINCIPIO Y EL FIN, EL MISMO AYER, HOY Y SIEMPRE; EL SALVADOR Y LIBERADOR DE LA HUMANIDAD.


6. Durante su vida pública, Jesús se presentó como MAESTRO. Su enseñanza causaba el asombro de quienes le escuchaban pues hablaba con la seguridad de un profeta. Sus palabras eran acompañadas con hechos prodigiosos que motivaban el asombro de la fe en no pocas personas. Como Maestro, Jesús no vaciló en enseñar la VERDAD a sus oyentes. No lo hizo con estruendo de erudito, sino con la sencillez del verdadero sabio. Quienes le escuchaban comenzaron a seguirlo y convertirse en sus discípulos. Así lo reconocían como el Profeta esperado, del cual habló el libro de Isaías: El Señor Yahvéh me ha dado una lengua de discípulo para que sepa sostener con mi palabra al cansado (Is 50,4).

7. ¿Qué enseñaba Jesús a sus discípulos y a tantos oyentes que llegaban donde Él? Sencillamente la VERDAD QUE LIBERA (Cf. Jn 8,32). No vino a destruir la Ley sino a completarla. De allí que su enseñanza de Maestro apuntara a la liberación integral del ser humano. Lo que enseñaba, la VERDAD QUE LIBERA, se cumplía con actos concretos de libertad y sanación. Un ejemplo de esto lo encontramos cuando le dirige a Juan el mensaje a través de sus discípulos que habían venido en su nombre a preguntar si Él era de verdad el Mesías: Vayan y cuenten a Juan lo que han oído y visto: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y los pobres son evangelizados, y feliz quien no se escandalice de mí (Mt 11,4-6).


8. Era su Palabra la que producía la máxima atracción entre sus oyentes y seguidores. Ella tenía una fuerza especial que se hacía sentir en medio de todos, sencillamente porque no era una enseñanza vacía. Juan nos dice cuál es el secreto para entender esa fuerza. Jesús es esa PALABRA que se encarnó y puso su morada en medio de la humanidad (Cf. Jn 1,14). Lo que Jesús enseñaba con palabras asequibles a los demás y con gestos maravillosos era la presencia viva del mismo Dios: Dios humanado que hablaba directamente a la gente, sin intermediarios (Cf. Heb 1, 1-2). Aceptar a Jesús, optar por Él y seguirlo produce un fruto muy particular: A cuantos le recibieron, a todos aquellos que creen en su nombre les dio capacidad de ser hijos de Dios… porque de su plenitud hemos recibido todos, y gracia sobre gracia (Jn 1,12. 16).

9. El Maestro no sólo anunció el Reino de salvación, sino que se presentó como Aquel que venía a inaugurarlo. No se trataba de un Reino al estilo de los terrenos donde se oprime y se manejan criterios de poder (Cf. Mc 10, 41-42). Más bien se presentó como el SERVIDOR de todos, que venía a dar la salvación ofreciendo su propia vida para ello (Cf. Mc 10, 45). Esa dimensión siempre estuvo presente en su vida y en su ministerio. Incluso, cuando lo anunciaba llegó hasta recibir el reproche de uno de sus Apóstoles, frente a lo cual reaccionó de manera muy fuerte: Lejos de Mí Satanás, porque tú no piensas como Dios, sino como los hombres (Mc 8,33).

10. Como Servidor, Jesús se manifestaba también cual Pastor Bueno que era capaz de dar la vida por sus ovejas (Cf. Jn 10,11) y como el Amigo de verdad que se ofrece totalmente por los suyos (Cf. Jn 15,14). Ello supuso la entrega total de Jesús. En eso consistía el servicio que vino a realizar, el cual tenía un motor sumamente importante: el AMOR. Así nos le enseña el mismo Señor Jesús: Porque tanto ha amado Dios al mundo, que le ha dado a su Hijo Unigénito, para que quien crea en Él, no muera; sino que tenga vida eterna. Pues no envió Dios su Hijo al mundo para condenarlo, sino para que el mundo se salve por Él (Jn 3, 16-17). Ese servicio liberador de Jesús, el Señor, le convirtió en Sumo Sacerdote con una característica muy particular, ya que Él mismo era la Víctima ofrecida por la humanidad. De allí que su servicio sacerdotal llegara a ser principio y causa de salvación para la humanidad (Cf. Heb 5,9).


11. Con su servicio, el Señor Jesús cumplió lo anunciado en la profecía del Siervo Sufriente: Despreciado, desechado por los hombres… cargaba con nuestras dolencias… como un cordero llevado al matadero… La voluntad del Señor se cumplirá por medio de Él (Is 53, 3.4.7.10). Esa fue la experiencia de la pasión y muerte del Señor. Los poderosos del pueblo de Israel lo entregaron a Poncio Pilatos, pensando que le hacían un bien a la sociedad de entonces. El Señor Jesús asumió con total humildad la condena que lo llevó a la Cruz redentora. Entonces cargó en sus hombros el pesado madero de la Cruz y en El Gólgota terminó de ofrecer su vida por la salvación de la humanidad. Así lo reflejan sus últimas palabras: En tus manos, Padre, encomiendo mi espíritu… Todo está cumplido (Lc 23,46; Jn 19, 30). Lo que muchos pensaron que era un triunfo personal y el fracaso más rotundo del Maestro, se convirtió en el evento que comenzó a transformar la historia de la humanidad. Así lo deja ver el Centurión Romano con su sencilla profesión de fe: Verdaderamente Éste era el Hijo de Dios (Mc 15,39).

12. Pero Jesús surge victorioso frente a la muerte y le destruye su poder con su Resurrección. Con su sangre derramada selló una nueva alianza de la que es, además, el único mediador. Esa Nueva Alianza, a la vez, por el hecho maravilloso de la resurrección es proclamada como la Pascua. Al igual, que la primera, aunque con mayor profundidad y consecuencias definitivamente transformadoras, por ser incluso Nueva Creación (Cf. Ga 6,15), la Pascua del Señor Jesucristo sintetiza las promesas hechas por el Padre a la humanidad: Cristo surge vencedor de la muerte para hacer brillar la luz que destruye toda oscuridad. Entonces, se le abre a la humanidad un horizonte que permite cambiar todo: se derriba el muro de división creado por el pecado y todos los seres humanos pueden llegar a convertirse en hombres nuevos (Cf. Ef 2,14-15).


13. Con su Resurrección, por otra parte, Jesús revela definitivamente el misterio de Dios: El es imagen del Dios invisible, primogénito de toda la creación… El es también la cabeza del cuerpo de la Iglesia, siendo el principio, primogénito entre los mortales… Y el Padre quiso por medio de Él reconciliar consigo todas las cosas, tanto las del cielo como las de la tierra, pacificándolas por la sangre de su Cruz (Col 1, 15. 18.20). Con la Liturgia cantamos que es el Cordero Pascual inmolado por nuestra salvación, cuya memoria celebramos cada vez que comemos y bebemos el alimento eucarístico (Cf. 1 Cor 11, 26). Quienes conocemos como el Maestro y el Servidor, también lo conocemos y profesamos como el Señor Resucitado, el Primogénito de entre los muertos, el testigo fiel (Cf. Apoc. 1, 5) el liberador y salvador, la Vida.

14. Jesucristo es uno, en su humanidad y en su divinidad. Quien lo sigue se identifica con Él. Por el Bautismo, esa identificación se convierte en cambio radical de la existencia personal, de tal manera que incluso comenzamos a llamarnos “cristianos”; es decir “otros Cristos”, imagen del mismo Señor: Fuimos, pues, sepultados juntamente con Él por el bautismo en la muerte, para que como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en la novedad de vida (Rom 6,4). La transformación bautismal nos convierte en discípulos y testigos de Jesús. Todo ello, por una iniciativa y un acto de nueva creación del Señor con su Pascua, que nos permite decir con el Apóstol: Por su gracia yo soy lo que soy (1 Cor 15,10).


15. El Señor Jesucristo continúa su obra salvífica en la historia de la humanidad mediante la Iglesia. Esta es el pueblo de Dios que convoca a todos los creyentes y hombres de buena voluntad al seguimiento de su Señor. Recibió el mandato evangelizador de salir al encuentro de todos los seres humanos para invitarlos a convertirse en discípulos del Señor Jesús (Cf. Mt 28,19). Es la tarea de los diversos miembros de la Iglesia que han sido invitados a convertirse también, como Pedro y sus compañeros, en pescadores de hombres (Cf. Mc 1,17). Para poder hacerlo con la conciencia plena de su misión y con total comunión con el mismo Señor, es necesario tener siempre presente el consejo de Pablo a Timoteo: Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos…Si con Él morimos, viviremos con Él, si con Él sufrimos, reinaremos con Él; si lo negamos, Él nos negará a nosotros. Si nosotros no le fuéramos fieles, Él permanecerá fiel, pues no puede negarse a Sí mismo (2 Tim 2,8.12-13).

16. Como en todo momento, y para siempre, durante esta Cuaresma se nos invita a anunciar a Jesús, el Maestro, el Servidor, el Resucitado. En la medida que lo hagamos estaremos siendo fieles instrumentos del mismo Señor que nos ha enviado a anunciar la Buena Noticia de su Persona y de su Salvación. Con entusiasmo apostólico y alegre testimonio de vida, nos corresponde hacer que muchos otros se entusiasmen y se enamoren de Cristo, y entonces se animen a unirse a nosotros y a optar por la salvación (Cf. Hech 2, 46-47). En la medida que anunciemos a Jesús, el salvador y liberador de la humanidad y edifiquemos su Reino de paz, justicia y amor, estaremos colaborando para que nuestra sociedad tachirense, venezolana y mundial lleguen a ser expresión de los cielos nuevos y la tierra nueva, nacidos de la Pascua Redentora de Cristo.


17. No nos avergüenza dar testimonio de Jesús. No hemos recibido un espíritu de timidez, sino de fortaleza, caridad y prudencia (Cf. 2 Tim 1,7), por lo cual podemos presentar el verdadero rostro del Señor para que muchos se animen a encender el fuego de la fe en sus corazones y cambien de su vida mediocre o llena de maldad y se unan a nosotros que queremos seguir siendo discípulos y misioneros del Redentor. Así, nuestra invitación, apoyada con el testimonio y desde nuestra pertenencia y comunión con la Iglesia, dará a conocer al Maestro que enseña la única verdad que libera y salva; que ciertamente invita a tomar su Cruz para seguirlo, pero que también llama a identificarse con Él que es la luz del mundo y la vida de la humanidad. En esta Cuaresma, como siempre, nos corresponde la tarea de anunciar a Jesús e invitar a que otros lo sigan. Lo hacemos desde el amor que nos identifica como sus discípulos y desde la experiencia de haberlo descubierto de tal manera presente en medio de nosotros que podamos decir con los discípulos de Emaús: “por eso arde nuestro corazón al estar unidos con Él” (Cf. Lc 24,22).

18. María del Táchira, Nuestra Señora de la Consolación, Madre amorosa del Señor y de todos nosotros nos acompañe con su intercesión. Es la gran Maestra que nos enseña como anunciar el Evangelio, cuando también nos invita a decirle a todos Hagan lo que Él les diga (Jn 2, 5).Con su intercesión y con el aliento del Espíritu Santo podremos hacer de este tiempo de Cuaresma un tiempo para que muchos puedan hacer suya la propuesta del Señor Jesús de convertirse y creer en el Evangelio. Es decir, de seguirlo a Él y recibir la fuerza transformadora de su amor.


Con mi cariñosa bendición de padre y pastor

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