Obispo de San Cristobal
Ser discípulo de Jesús, como nos enseña el evangelio, requiere que todo se haga en su nombre. Para ello, es importante que se construya sobre roca. Por una parte esto no resulta difícil, ya que Jesús es presentado como la roca angular de la edificación de la Iglesia; por otra parte, es necesario entender que el seguimiento de Jesús implica una decidida opción por Él. La vivencia cristiana no es algo superficial: es una realidad que involucra toda la existencia. Tampoco es algo teórico. Por eso, se nos invita a actuar en nombre del Señor. Más aún, no todo el que dice “Señor, Señor” entrará en el Reino de los cielos. ¡Cuántas personas no hacen eso! No es diciendo el nombre, o pronunciando jaculatorias o afirmando que se es católico como se salva la gente.
El Maestro es claro: quien quiera ser su discípulo debe manifestar testimonialmente el amor fraterno, tomar su cruz e identificarse con Él. El cristianismo no es una experiencia individual que se reduce al ámbito de lo más privado e íntimo del ser humano. El cristianismo es, ante todo, testimonial: es manifestación, en pensamientos y acciones, de la opción por Jesús. Para ello, es necesario estar bien cimentado en la roca que es la misma Persona de Jesús.
Cuando esto no se da, se corre el riesgo de edificar sobre arena; entonces cualquier viento o tempestad destruye el edificio de la fe. Es el caso de tantos hombres y mujeres que se dicen creyentes y seguidores del señor, pero que no quieren actuar en su nombre. Quizás porque no se le ha preparado para ello, lo cual incluye la tremenda responsabilidad evangelizadora de la Iglesia; quizás porque han preferido el camino de la mediocridad y de la tibieza: “creo a mi manera”, “cumplo con lo que se me pide”, “rezo y eso es suficiente”… Sin embargo, el Señor nos exige mucho más que eso. Aunque no nos deja desasistidos: para ello nos da la fuerza de su Espíritu y nos da otros instrumentos o medios que nos contagian vida y entusiasmo de fe, como la Palabra de Dios, los sacramentos, la enseñanza de la Iglesia, el testimonio de tantísimos hermanos.
Es necesario profundizar en esa opción por Jesús. Y desde ella, ayudar a tantos hermanos nuestros para que sean capaces de seguirlo y no quedarse en lo superficial de la fe. Si decimos “Señor, Señor”, o pronunciamos letanías o jaculatorias de alabanza debe ser porque es una expresión externa de una actitud definida y decidida: actuar en el nombre del mismo Señor, en comunión con Él y con la seguridad de que somos sus testigos.
El Maestro es claro: quien quiera ser su discípulo debe manifestar testimonialmente el amor fraterno, tomar su cruz e identificarse con Él. El cristianismo no es una experiencia individual que se reduce al ámbito de lo más privado e íntimo del ser humano. El cristianismo es, ante todo, testimonial: es manifestación, en pensamientos y acciones, de la opción por Jesús. Para ello, es necesario estar bien cimentado en la roca que es la misma Persona de Jesús.
Cuando esto no se da, se corre el riesgo de edificar sobre arena; entonces cualquier viento o tempestad destruye el edificio de la fe. Es el caso de tantos hombres y mujeres que se dicen creyentes y seguidores del señor, pero que no quieren actuar en su nombre. Quizás porque no se le ha preparado para ello, lo cual incluye la tremenda responsabilidad evangelizadora de la Iglesia; quizás porque han preferido el camino de la mediocridad y de la tibieza: “creo a mi manera”, “cumplo con lo que se me pide”, “rezo y eso es suficiente”… Sin embargo, el Señor nos exige mucho más que eso. Aunque no nos deja desasistidos: para ello nos da la fuerza de su Espíritu y nos da otros instrumentos o medios que nos contagian vida y entusiasmo de fe, como la Palabra de Dios, los sacramentos, la enseñanza de la Iglesia, el testimonio de tantísimos hermanos.
Es necesario profundizar en esa opción por Jesús. Y desde ella, ayudar a tantos hermanos nuestros para que sean capaces de seguirlo y no quedarse en lo superficial de la fe. Si decimos “Señor, Señor”, o pronunciamos letanías o jaculatorias de alabanza debe ser porque es una expresión externa de una actitud definida y decidida: actuar en el nombre del mismo Señor, en comunión con Él y con la seguridad de que somos sus testigos.
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