viernes, 4 de marzo de 2011

Doctorado Honoris Causa de la Universidad del Zulia a Mons. Edgar Peña

Discurso del
Pbro. José Gregorio Villalobos
Párroco de la Parroquia Personal Universitaria «San Juan Crisóstomo»
adscrita a la Universidad del Zulia

Al escribir estas palabras, he pensado más en el género literario epistolar que en un discurso académico. Por esa razón quiero pedirte permiso para dirigirme a Ti, Edgar, no con los títulos nobiliarios propios de la dignidad de la que has sido investido al ser Ordenado Obispo y designado como Arzobispo de Telepte (Tunez) y Nuncio Apostólico, por su Santidad el Papa Benedicto XVI, para estar al servicio de la Iglesia que peregrina en Pakistán, sino con la cercanía y el afecto de quien te siente Padre y Maestro, Pastor y Amigo.
Agradezco a nuestra querida Alma Mater, la Universidad del Zulia, a nuestras autoridades, aquí presentes y a todos los que hemos venido a acompañarte, por la iniciativa de conferirte el Doctorado Honoris Causa y a Ti por aceptar este y tantos reconocimientos y gestos de solidaridad y amor que exaltan la labor de la Iglesia, a veces silente, humilde, pero siempre eficiente, eficaz y efectiva, gracias al Espíritu de Dios que actúa en y a través de ella. En especial de la Iglesia que peregrina en la Arquidiócesis de Maracaibo, que te vio nacer y crecer y cuidó y cultivó con celo tu vocación sacerdotal y que ha estado, está y estará siempre al servicio de la vida y de toda vida, sembrando el Evangelio con su testimonio, con su acción fecunda, con su presencia, buscando el reconocimiento y el respeto de los derechos humanos y de la dignidad de la persona.
Hoy quiero dejar que hable mi corazón de «hijo», que vive con profundo gozo tu ordenación episcopal y todo lo que ha acontecido en tu vida en estos últimos días, pero de cuya memoria no deja de brotar la imagen de aquel sacerdote muy joven que llegó al Moján en 1987, de mediana estatura, cortés, siempre pulcro, perfumado, pero sobre todo profundamente identificado con su ministerio, que con su cercanía, sencillez y amor a la Iglesia, buscaba ganar a cuantos pudiera para el rebaño de Cristo.
Por eso aprovecho la oportunidad que me dan para expresarte en este momento mi gratitud por aquellos gestos sencillos de apoyo, comprensión y cercanía hacia los jóvenes que cultivaste como Párroco del Moján. Aún recuerdo tu imagen montado -en una ocasión- en una motocicleta y después mezclando en una miniteca en la plaza Bolívar, frente a la Iglesia, después de celebrar las misas de aguinaldo; y tu actitud profundamente sacerdotal orientada hacia una acción pastoral encarnada, que respondiera a los signos de los tiempos. Fueron esos pequeños y hasta “triviales” gestos los que me interpelaron a mí, que era un joven que asistía muy esporádicamente a la misa -prácticamente lo hacía únicamente durante la Navidad y la Semana Santa- y permitieron que germinara en mi corazón la idea de hacerme sacerdote como tú.
Tu alegría, tu jovialidad y tu cercanía hicieron que me planteara muchas interrogantes. La primera fue: «Él es feliz. ¿Y qué es en definitiva lo que estoy buscando sino la felicidad?». Desde aquel día puedo jurarte que no hubo tranquilidad en mi corazón. No dejaban de desfilar por mi mente los rostros de tantos sacerdotes cuyo ministerio había dejado profundas huellas en la historia: Don Bosco, el Padre Madariaga de nuestras gestas independentistas, el Padre Pío de Pietrelcina, el Padre Manyanet, El Padre Claret, Ignacio de Loyola, Francisco de Sales, José María Escrivá de Balaguer, el Padre Olegario Villalobos, el Padre Quintero; el Padre Roberto Morales… y el de tantos sacerdotes ilustres y misioneros santos que conocía. Y la idea de ser sacerdote como tú, y como ellos, no me abandonó jamás.
Nunca olvidaré aquel miércoles santo de 1988 en que después de la misa me confesaste: ¡Cuánta alegría sentí al escuchar de tu labios por primera vez en mi vida que todos mis pecados quedaban perdonados, asumidos, redimidos y transformados por la misericordia de Dios. Y el día siguiente, jueves santo cuando recibí de tus manos sacerdotales el cuerpo y la sangre de Cristo, también por primera vez. Por esta razón, si tuviera que decir en muy pocas palabras ¿por que soy sacerdote? La respuesta sería la misma de mi testimonio vocacional escrito en 1990: «Por la alegría, jovialidad, sencillez, calidad humana y cercanía del Padre Edgar Peña». Sí, Edgar, tú con tus actitudes sembraste en lo profundo de mi corazón una convicción: ¡VALE LA PENA SER SACERDOTE!, y hoy la reafirmas.
Aún conservo -en el mismo sobre en el que guardo las cartas que me escribió mi madre- las cartas y postales que me escribiste cuando estudiabas en Roma: Breves, profundas y llenas de una gran sabiduría espiritual. Ellas revelan tu cercanía, sencillez y tu sabiduría como confesor y guía espiritual. No sabes cuánto me ayudaron y me han ayudado a perseverar, inicialmente en los momentos de crisis y temores que viví ante los retos que imponía a mi vida la formación del seminario y después ante las exigencias del ministerio sacerdotal. En ellas, tus consejos y actitud revelan el corazón de un hombre de oración, así lo expresabas en la primera carta escrita en Roma el 26 de enero de 1990 en la que afirmabas: «…le he pedido mucho al Señor, antes de escribirte estas letras que me ilumine para poder darte un consejo verdaderamente exacto y que de verdad te sirva para tu vida presente y futura» y continuabas diciéndome: «Como estoy seguro que esta no será tu única crisis en tu vida, recuerda siempre este consejo de oro que recibí de manos de Mons. Lückert, cuando yo era un seminarista: 1.- EL SEMNARIO ES UN MEDIO, NO ES UN FIN. 2.- EN TIEMPOS DE CRISIS NO TOMES NUNCA NINGUNA DECISIÓN, DEJA QUE PASE LA CRISIS Y LUEGO DECIDE. Estos dos consejos me ayudaron a enfrentar todos los problemas y crisis, no solamente del Seminario, sino de toda mi vida sacerdotal» –me decías, y después añadías: «y yo agrego otro consejo SIN DOLOR Y SUFRIMIENTO NO SE PUEDE LLEGAR A LA META, YA QUE DESPUÉS DEL DOLOR VIENE LA GLORIA».
Y en la carta siguiente del 28 de abril de 1990, superada ya la crisis de adaptación al seminario, me decías: «Agradece a Dios esta bendición y pídele fortaleza para que sigas superando todas las dificultades, ya que no será la única vez que te preguntarás acerca de tu vida, del sentido de tu sacerdocio, de aquello que Dios quiere de Ti. Y recuerda aquello que te decía mucho en la Parroquia. Nuestro “SÍ” (que diste el día que entraste al Seminario) tendrá momentos culminantes el día que aceptes los Ministerios, pero sobre todo el sacramento del Orden (Diaconado-Presbiterado). Pero será un Sí que tendrás que renovar todos los días, cuando al amanecer junto al alba, estés tú al lado del Señor en Oración. El seguidor del Señor, que así actúa no dejará nunca de cumplir con la voluntad del Señor, que debe ser nuestro IDEAL. Ya que aún durante tu vida sacerdotal, el Señor te seguirá exigiendo que hagas y cumplas su voluntad. Nuestro “Sí” es eterno y nada ni nadie lo debe interrumpir».
Por eso hoy te digo: ¡Gracias Edgar! porque durante todos estos años que precedieron y han seguido a mi ordenación sacerdotal tus palabras y tu testimonio me ayudaron a comprender que el sacerdocio es un camino pascual de realización humana, coronado de gozos, que son precedidos por el sufrimiento. Una vida de oblación, de entrega y acogida, en la que el amor permite superar mediante la fe y la esperanza todos los obstáculos que vamos encontrando en el camino para transformarlos sabiamente en oportunidades de crecimiento y de bien, para uno mismo, para la Iglesia a la que se sirve como Sacerdote y Pastor en los fieles que peregrinan en ella y son confiados a nuestro cuidado pastoral y para el bien de toda la humanidad, ya que nuestra entrega se inscribe en la entrega de Cristo, que es fuente de vida y salvación para todo lo creado.
Edgar, el Señor, en su infinita misericordia ha querido revestirte de la dignidad episcopal y el privilegio de ser el primer Nuncio Apostólico Venezolano. ¡Qué orgullo para nosotros los zulianos!. ¡Qué gozo tan inmenso para nuestra Iglesia, no solamente la que peregrina en la Arquidiócesis de Maracaibo, sino en toda Venezuela, que enfrenta hoy momentos muy difíciles, que con la gracia de Dios estoy seguro podremos ver pronto superados, integrados y redimidos por la preciosísima Sangre de Cristo, muerto y resucitado para salvarnos!. ¡Qué honor el que haya sido un miembro ilustre de nuestro Clero Marabino! Con tu designación el Santo Padre está reconociendo implícitamente, la labor de todos los sacerdotes que han trabajado y que trabajamos en Maracaibo guiados por el Amor que es Dios; que entregamos nuestra vida en servicio por amor a su Iglesia, para sembrar con nuestra acción pastoral el Evangelio de Cristo en esta tierra bendita del sol amada. Por eso quisiera que en nombre de todo el Colegio Presbiteral de la Arquidiócesis de Maracaibo, le expresaras al Santo Padre, el Papa Benedicto XVI, nuestro agradecimiento porque en Ti, le ha manifestado al mundo su cercanía hacia nosotros y ha permitido que el mundo pueda reconocer la calidad y madurez humana y espiritual de nosotros como sacerdotes. Tu Ordenación Episcopal y designación como Nuncio Apostólico es para nosotros un momento de gracia, de paso de Dios por nuestra Iglesia local y por nuestra tierra, por nuestro país, que nos interpela y que debe llevarnos a renovar nuestro amor, nuestra fe, esperanza, unidad y disponibilidad como Sacerdotes de Cristo a Dios, a su Iglesia y al Santo Padre.
Siguiendo a San Agustín en su famoso «Sermón sobre los Pastores» quiero recordarte que «el ser cristiano te ha sido dado como don propio, para que ante tu mirada este siempre presente tu propia salvación; más por tu condición de Obispo debes ocuparte de la salvación de la Grey que el Señor te confía» ; y añado que por tu condición de Nuncio Apostólico de Su Santidad, has de velar por el bien de la Iglesia en cualquier lugar y misión que la misma te confíe «no solamente representando al Sumo Pontífice ante los Gobiernos nacionales o ante las instituciones supranacionales –como lo afirmaba el Papa Juan Pablo II, en su Discurso a los Delegados Pontificios reunidos en la Ciudad del Vaticano el 15 de septiembre para celebrar el Gran Jubileo del año 2000-, sino siendo además testigo privilegiado de su ministerio de unidad ante las Iglesias particulares; sirviendo asimismo a la unidad plena de todos los cristianos, que es un anhelo del corazón de Cristo y contribuyendo a la búsqueda y a la consolidación de una relación armoniosa con todos los creyentes en Dios, así como de un diálogo sincero con los hombres de buena voluntad» .
Te auguro un futuro muy prometedor, porque sé que estás siempre bajo la mirada de Nuestra Santísima Madre la Virgen María, esa cuya imagen llegas grabada en tu corazón con los rasgos indígenas de nuestro pueblo zuliano, la Chinita, y del pueblo Mexicano, la Guadalupe, a quien además llevas en tu anillo episcopal y que eres un humilde servidor de aquel que se encarnó en sus entrañas puras y se hizo semejante a nosotros en todo, menos en el pecado, y que desde antes de formarte en el seno de la Señora Adela, ya te conocía y amaba desde la eternidad, y había pensado para ti la gracia de ser configurado a plenitud con su único Hijo Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote.
Pongo tu Episcopado y tu Misión en el corazón de Juan XXIII, el Papa Bueno, quien como Representante Pontificio en Turquía y Grecia, de 1935 a 1944 primero, y después en Francia, de 1945 a 1952, enfrentó grandes retos y estuvo sometido a grandes presiones por las características particulares de los lugares a los que fue designado por el Santo Padre y las circunstancias históricas que le tocó vivir (signadas por regímenes totalitarios, la segunda guerra mundial y por grandes genocidios), para que él interceda por ti ante Dios y el Señor te conceda la humildad, la mansedumbre, la bondad y los dones que necesitarás para desempeñar dignamente tu misión. En efecto, Monseñor Angelo Giuseppe Roncalli, en 1936 escribió en su diario: «Deseo ocuparme con mayor cuidado y constancia en el estudio de la lengua turca. Veo que amo al pueblo turco, al cual me ha enviado el Señor: es mi deber. Sé que el camino que he emprendido en las relaciones con los turcos es bueno y, sobre todo, católico y apostólico. Debo proseguirlo con fe, prudencia y celo sincero, a costa de cualquier sacrificio» .
Ruego al Señor que te conceda Edgar, la gracia de ser como Juan XXIII, un Prelado Santo, totalmente impregnado de su amor libre, gratuito, misericordioso e incondicional, para que sigas por completo al servicio de su Santa Iglesia. Para que como el “Papa Roncalli” te ocupes en el conocimiento de la realidad de Pakistán, ames a sus habitantes con el mismo amor de Cristo, y tu labor en esa tierra pueda ser buena, católica y apostólica, proseguida con fe, prudencia, celo sincero y sacrificado. Para ello te pido hagas tuya una pequeña súplica del Padre Teilhard de Chardin: «Dame, pues, algo más precioso todavía que la gracia que te piden todos tus fieles. No basta que yo muera comulgando. Enséñame a comulgar muriendo» .
Edgar, son muchas las razones por las cuales mi corazón hoy quiere expresar a Dios su acción de gracias por tu vida y tu ministerio:
¡Gracias por tu testimonio, jovialidad, espíritu de juventud, coherencia de vida y alegría permanente que expresan tu profundo amor a Dios Uno y Trino, traducido en tu decisión de seguir fielmente a Cristo, Buen Pastor y Sumo y Eterno Sacerdote!
¡Gracias por tu amor a la Iglesia!, a la que has entregado y seguirás entregándole tu vida, pues has comprendido bien como afirma el gran teólogo alemán Von Baltasar que «El signo de Cristo sólo se puede entender si se entiende su entrega humana hasta la muerte como manifestación de un amor total» .
¡Gracias por tu testimonio de unidad, obediencia y amor hacia el Santo Padre y su Misión Apostólica!
¡Y finalmente, y una vez más, gracias sobre todas las cosas, por haber sido el instrumento que Dios quiso utilizar para que optara por el sacerdocio y no por la Fuerza Armada de Venezuela, como pensaba hacerlo antes de ser profundamente impactado por tu alegría, sencillez, cercanía y transparencia de vida. Monseñor Lücker en una de las entrevistas que le hicieron con motivo de tu ordenación episcopal y designación como Nuncio Apostólico afirmó: «Edgar es de mi cosecha cuando durante 14 años fui párroco de San Juan de Dios. Es saladillero de pura sepa, hijo de Adelita una santa mujer a quien conocí y aprecié» . Hoy con orgullo puedo decir, Edgar: «Gracias, porque al poner tu confianza en mí cuando era un joven apenas de17 años permitiste que yo fuera, primero “seminarista” y ahora «Sacerdote de tu cosecha», fruto de tu testimonio y labor como párroco en San Rafael de Mara, en el Moján».
Para siempre Sacerdote, Hijo, Amigo y Hermano.

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