domingo, 23 de septiembre de 2012

Sobre la Política

Andrés Bravo
Capellán de la UNICA
Al disponerme a escribir algo sobre el tema de la política, tan complejo como necesario, viene a mi memoria un iluminador texto de un escritor cristiano del tercer siglo de nuestra era, llamado Firmianus Lactantius, mejor conocido como Lactancio. Nos enseña que la virtud de la humanidad es el fundamento de la sociedad. Esto es importante porque actualmente a muchos de nuestros activistas políticos les falta humanidad. Es decir, correcto sentido de lo humano. A veces se quedan en las simples estrategias y cálculos para obtener el poder. Pero, sin un sentido humano de la política, ésta se convierte en instrumento destructor.
Ciertamente, como lo refiere Lactancio, nuestra naturaleza humana es débil, mientras que los animales son más fuertes para adaptarse a este mundo. Sin embargo, Dios nos hizo seres en relación. La fortaleza de la humanidad es que nosotros podemos organizarnos para una convivencia más pacífica y con responsabilidades mutuas de servicio para el bien común. Todos tenemos la misión de cuidar los espacios y permitir que todos podamos habitarlos con dignidad.
Sencillamente, “porque si el hombre se enfureciera a la vista de otro hombre, como vemos hacen los animales salvajes, no podría existir sociedad entre los hombres, ni orden, ni seguridad en las ciudades. No habría ninguna tranquilidad en la vida humana si la debilidad de los hombres estuviese expuesta no sólo a los ataques de los demás animales, sino también se combatieran unos a otros continuamente conforme hacen las bestias” (Lactancio). De ahí que la política no puede ser una batalla donde el más fuerte somete a los más débiles.
Dice el clásico cristiano que, para una convivencia libre y pacífica, es necesaria una alianza entre los seres humanos, para formar una sociedad. La ayuda mutua es la clave de la política. Si, por el contrario, se viola la alianza, se está cometiendo un crimen: “Debe considerarse como máximo crimen violar o no conservar aquella alianza establecida entre los hombres”. En el Evangelio de Jesús la verdadera alianza entre los seres humanos consiste en cumplir el mandamiento nuevo de amarnos los unos a los otros.
A mi juicio, estas enseñanzas cristianas constituyen la naturaleza y el fin de la política. Todos estamos llamados a encontrarnos, a formar una comunidad donde el ser humano pueda realizar su propia vocación, vivir su dignidad y libertad, asumiendo con responsabilidad su misión mutua del bien común. Como lo enseña la Iglesia, “el bien común abarca el conjunto de aquellas condiciones de vida social con las que los hombres, familias y asociaciones pueden lograr más plena y fácilmente su perfección propia” (Gaudium et spes 74).
Por su parte, San Agustín (354-430), enseña que desear el poder es saludable siempre que sea para hacer el bien. “Pero no lo es si se desea por el falto vano del orgullo, por la pompa superflua o una necia vanidad”, muy común entre nosotros. El poder, sin duda, constituye el objeto de toda actividad política, pero no puede utilizarse para oprimir y subyugar a los seres humanos que, por su naturaleza, son libres y responsables. Otro gran Padre de la Iglesia, Isidoro de Sevilla (siglo VI), sentencia que el poder se conquista y se ejerce para el beneficio de los ciudadanos: “Nada peor que tener por el poder la libertad de pecar, ni nada más desgraciado que la facultad de obrar mal”.
Muchos, en nuestros días, justifican su poder sosteniendo que tiene su origen divino. Ciertamente, los Padres así lo han enseñado: “El poder es bueno, y ha sido dado por Dios” (San Isidoro). Pero, olvidan que el mismo Santo explica que algo que viene de Dios tiene el amor por fundamento. Así, el poder que oprime, domina y maltrata la dignidad de los seres humanos, no sólo traiciona sus principios, sino que se construye su condena.
Más aún, las Sagradas Escrituras, fuente de toda enseñanza cristiana, nos transmiten que el pueblo pide a Dios poder al rey, pero para que gobierne con justicia y defienda al pobre. Porque el mismo Dios revelado por Jesucristo, “rige al mundo con justicia, rige los pueblos con rectitud y gobierna las naciones de la tierra” (Salmo 67)

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