martes, 9 de noviembre de 2010

A MIS HERMANOS: LOS PRESBITEROS DE LA DIOCESIS DE SAN CRISTOBAL

¡Salud y Paz en el Señor!

Durante el Año Sacerdotal, que hemos realizado por feliz iniciativa del Santo Padre Benedicto XVI, tuve la ocasión de dirigirles algunas cartas escritas desde mi corazón de Pastor, a ustedes que son “los próvidos cooperadores” de mi ministerio episcopal. Es mi deseo continuar con esa praxis para así animarles y hacerles sentir, junto con mi afecto, la seguridad de mi recuerdo y comunión con todos y cada uno de ustedes.

En algunas semanas, Dios mediante, daremos inicio al tiempo del Adviento que se distingue por la esperanza. Así recordaremos la esperanza del pueblo elegido que aguardaba al Mesías prometido; así nos prepararemos para celebrar el nacimiento del Redentor, Jesús, el Cristo, a quien Pablo identificó como “nuestra esperanza”. Hoy, a la humanidad le tenemos que contagiar esa esperanza que aliente su camino por sendas de desarrollo y plenitud.

Esta es una tarea urgente. En el mundo de hoy, nos encontramos con situaciones que promueven la desesperanza. Nuestra sociedad tachirense no escapa a ello. Entre nosotros, lamentablemente, se han venido agudizando situaciones que hacen crecer la desesperanza y se llega a correr el riesgo de caer en la indiferencia y el conformismo, expresiones también de indefensión. La inseguridad, el contrabando de gasolina y alimentos, el sicariato, los secuestros, la descomposición moral… causan un continuo desasosiego entre muchas personas. A esto se añade la polarización política, con sus efectos de desencuentro y divisiones que perjudican a todos. Por esas y otras razones, aumenta la angustia en muchos hogares y se hace sentir la pérdida de ilusión y entusiasmo en no pocos hermanos nuestros. Por otra parte, escasean las respuestas y propuestas serias para enfrentar todo esto. Se percibe que el relativismo ético, el individualismo y las mezquindades son como los motores que aúpan todo lo antes mencionado.

Por eso, cada uno de nosotros, sacerdotes del Señor para el pueblo de Dios debe presentarse como un faro que irradie la auténtica luz a la gente que aguarda de nosotros (Cf. Filp. 2,15). En el Táchira, y desde aquí para toda Venezuela y el mundo, somos “esperanza para nuestro pueblo”. En el cercano tiempo del Adviento –y también en todo tiempo y lugar- hemos de ser testigos del Señor para la esperanza de nuestra gente. Esto requiere que siempre nos mostremos como solícitos servidores, a imagen del Pastor Bueno, Jesús, quien supo dar la vida por sus ovejas (Cf. Jn 10,15). Así pues, como servidores y testigos del Señor, con nuestra caridad pastoral, alentaremos la auténtica esperanza: la que vence la mediocridad, acrecienta el compromiso personal y se enrumba hacia la comunión definitiva con Dios, vivida en el encuentro con Jesucristo, el Señor.

No nos debe resultar imposible ser hombres de esperanza, por estar configurados a Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, gracias al sacramento del Orden. Esta realidad marcante ha transformado nuestra existencia humana y cristiana por la acción del Espíritu Santo. Este nos impulsa y nos conduce hacia el compromiso real con nuestros hermanos. Es lo que caracteriza el celo apostólico de cada uno de nosotros. Con él –el celo apostólico-, nos acercamos a todos y hacemos nuestros sus gozos y esperanzas, sus angustias y problemas (Cf. GS.1); con él denunciamos el pecado para proclamar la Verdad que hace libres a los seres humanos (Cf. Jn 8,32); con él compartimos la vida y los proyectos de nuestros hermanos; con él, hacemos sentir la fuerza del amor de Dios, que todo lo puede; con él, los pobres y excluidos encuentran la solidaridad que convierte su voz en un clamor por la justicia; con él, sencillamente, le estamos haciendo experimentar a todos que Dios está cerca y hará posible siempre que la obra buena iniciada por el redentor llegará a su feliz término (Cf. Filp 1,6).

Para fortalecer ese celo apostólico y entonces pueda llegar a ser en todo momento un signo de esperanza, es necesario acudir a la oración. Esta, alimentada por la Palabra, la Eucaristía y los sacramentos, ha de ser un motivo para el encuentro con el Señor. En ella, además de buscar nuestro crecimiento personal, hemos de hablarle a Dios de sus hijos, a quienes servimos con dedicación. La oración, así como otros medios espirituales, nos ayudará a ser “hombres de esperanza” para nuestro pueblo. No abandonemos ni debilitemos la oración. Esta es uno de los motores que mantendrán encendido nuestro celo apostólico y, a la vez, fortalecerá nuestra comunión con Dios y con los hermanos.

Les saludo con afecto sincero y les animo para que sigamos siendo en el Táchira “hombres de esperanza”. Al hacerlo, hago mías las palabras del Apóstol aplicándolas a ustedes: “Cuantas veces me acuerdo de ustedes doy gracias a mi Dios, haciendo súplicas en todas mis oraciones por ustedes con alegría, por la participación que han tenido en el progreso del Evangelio" (Filp 1,3-5) en nuestra región.


Con mi bendición


+ Mario del Valle Moronta
Obispo de San Cristóbal
San Cristóbal, 9 de noviembre del año 2010

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