viernes, 22 de noviembre de 2013

EL DON DE LA ACIANIDAD



Dr. Emilio Fereira
Profesor emérito de
La Universidad del Zulia
 
Contemplo la vida como parte de unaconcreción;por ello, no temo a la vejez que,considerada como unanueva fase de tránsito, presenta varios índices que señalan su comienzo, unos de carácter biológico y otros de naturaleza social, relacionados con la percepción del anciano por parte de los demás. En el camino hacia la misma, se van produciendo cambios en los órganos y sistemas que tienen su repercusión directa en todo el funcionamiento del organismo.En muchos casos,estos justifican la noción de «pérdida» (presbicia, presbiacusia, alteración de la motricidad)que predomina durante esa penúltima etapa de la vida adulta.
Ahora bien, las limitaciones que van apareciendo en la vida de  quienes cumplen más de 60 años (tengo 74),  no son únicamente producto de un declive biofisiológico, también son resultado de condiciones sociales, culturales y económicas[1]. Estas disminuciones provocan una evidente pérdida de la velocidad de reacción, transmisión y respuesta del sistema nervioso central.
La ancianidad connota, además, una restricción en la memoria. La persona mayor evidencia  dificultad para almacenar nueva información. La remembranzade los recuerdos antiguos, se mantiene con la edad;las investigaciones demuestran que el pasado permanece por más tiempo en nuestras mentes que los recuerdos recientes.También afecta la inteligencia. Hay tendencia, en el anciano, a validar la estabilidad e incremento de las habilidades verbales, mientras que las prácticasdecaen. Se plantea que el rendimiento intelectual se relaciona con la experiencia cultural; en esta etapa hay un predominio de una inteligenciaclarificada que aplica a la situación presente la acumulación de experiencias anteriores[2].
Por lo que respecta ala afectividad,es común en anciano el convencimiento apesadumbrado de estar excluido, de no tener acceso a ese mundo de interacciones, siendo una condición de malestar emocional que surge cuando una persona se siente incomprendida o rechazada por otros o carece de compañía para las actividades deseadas, tanto físicas como intelectuales o para lograr intimidad emocional[3].Se puede hablar de una muerte social que puede preceder varios años a la muerte biológica y que hace a la persona tan vulnerable a la depresión que puede conducir a un mayor deterioro de la calidad de vida por falta de estimulación.
Una marcada preocupación de quien arriba a la vejez es la duración de la existencia propia. Cuando cumplí sesenta años me di cuenta de que si vivía hasta los setenta, solo me restaban 3650 días. Ello despertó en mí el deseo y la voluntad de no perder un día en banalidades. Me obligo a definir proyectos de vidaa muy corto plazo.
En efecto, la muerte puede aparecer como límite, pero también, como un  acicate. Sentirse cercano  a ella, especialmente para un cristiano,no puede aferrar a la persona a su pasado,convirtiéndolo  en una forma de sobrevivir en el presente y disminuir la  perspectiva futura; esto conduciría a un vacío existencial.
Como estableciera Juan Pablo II: las personas mayores tenemos una valiosa contribución que hacer al Evangelio de la vida'[4]. La muerte es parte de la vida. La vida y la muerte encuentran su significado verdadero en el amor de Dios y de nuestro compartir en su amor. Amar a otros significa, según Gabriel Marcel manifestara las personas cercanas a ti, pareja, hijos, nietos, amigos, vecinos, la esperanza de que ''tú nunca morirás''[5]. En verdad, como Dios nos ama, nunca moriremos. La muerte, para los que creen en Cristo, significa realmente no morir nunca: “Quien cree en mí, aunque muera, vivirá; y quien vive y cree en mí no morirá para siempre”(Juan. 11:25-26).
Así pues, para un anciano con visión cristiana de la vida, la muerte, siendo por supuesto importante y también traumática, no es la realidad última, un atributo reservado para la vida eterna con Dios. Como escribió Rabindranath Tagore:“No importa que mis cabellos empiecen a blanquear. Siempre seré tan joven y tan viejo como el más joven y el más viejo del pueblo. Unos sonríen simple y dulcemente, otros tienen un brillo malicioso en la mirada. Éstos lloran abiertamente a la luz del sol, aquéllos esconden sus lágrimas en las tinieblas. Todos me necesitan, y yo no tengo tiempo para meditar sobre la vida futura. Tengo la edad de todos. ¿Qué importa si mis cabellos blanquean?''[6]
Siendo ancianos enfrentados al sufrimiento y la muerte, recordemos lo que dijo San Agustín en La Ciudad de Dios: ''Somos el pueblo de la Pascua (de la vida que va pasando), y Aleluya es nuestra canción''. Aleluya, es decir: ¡Alaba al Señor! A lo largo del peregrinar de toda nuestra vida; también a través de los años de la ancianidad, del sufrimiento y de la muerte.
Que al final de nuestras vidas, nuestros hijos y allegados puedan decir: Alabaron y dieron gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia[7].



[1][1]Richard Simmons y Herbert Pardes (Edit.), 1978.Understanding Human Behavior In health and Illness.Baltimire.The Williams & Wilkins Company.
[2][2]James E. Birren y SWarnerSchaie. 2006. Handbook of the Psychology of Aging.Burlintong, MA. USA. Elsevier, AcademicPress.
[3]Marta Rodríguez Martín. 2009. La soledad en el anciano. Gerokomos,v.20 n.4 Madrid dic.http://scielo.isciii.es/scielo.php?pid=S1134-928X2009000400003&script=sci_arttext 19/11/2013
[5]Gabriel Marcel. 2005. Homo Viator. Salamanca, España. Ediciones Sigueme.
[7]Esdras, 3; 11

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