martes, 7 de diciembre de 2010

SANTA MARÍA DEL ADVIENTO

Por Mons. Mario Moronta
Obispo de San Cristobal

Figura emblemática para el adviento es la de María, la madre de Jesús. Ella es considerada el ejemplo más vivo de lo que es la esperanza. De hecho, sus meses de embarazo, en la espera de su hijo, con todo lo que ello había significado para ella y lo que iba a significar para la humanidad, se convierten en un tiempo de esperanza: ya se está cumpliendo la promesa hecha por Dios a los padres y se iba a sentir la misericordia divina de generación en generación. Esa espera maternal de María nos ayuda a entender cuál es la postura que debemos tener los creyentes al preparar en este adviento la próxima Navidad
Se trata de dos actitudes muy propias de una madre: el cuidar que su hijo llegue bien, con salud; y la ternura, que la lleva a tener ilusiones y a pensar en cómo irá a atenderlo después del parto. Esas actitudes nos pueden iluminar sobre cómo ha de ser nuestra preparación inmediata a la Navidad. En primer lugar, cuidar del Niño Dios. Esto implica reafirmar nuestra fe en Él, pero a la vez cuidar porque la fiesta de Navidad no pierda su sentido cristiano. Es decir, cuidar porque sea el Niño Dios –Dios-con-nosotros-, el centro de toda nuestra atención.
Junto a esto, por otra parte, la otra actitud nos ayuda a entender que hemos de imitar a María en lo que a la atención futura de su Hijo se refiere. No es otra cosa sino el estar pendiente de darlo a conocer, de que sea considerado la razón de ser de la humanidad. Esto tiene que ver directamente con la evangelización. Con la ternura que nos viene del amor de Dios, hemos de cuidar este aspecto fundamental de nuestro compromiso cristiano: que Jesús sea conocido y amado por todos. Esto nos ayudará a hacer de esta Navidad la fiesta del amor de Dios.
Por otro lado, en estos días del adviento celebramos dos fiestas marianas que apuntalan nuestra esperanza. Una, el 8 de diciembre: la Inmaculada Concepción. Viene a ser como la garantía de cumplimiento de nuestra esperanza. En vistas a su maternidad divina, María es concebida sin pecado original. Fue la primera en tener el privilegio de vivir anticipadamente el fruto de la acción redentora de su Hijo. Así, la fiesta de la Inmaculada sale a nuestro encuentro para darnos como mensaje que la esperanza sí tiene sentido. Nuestra esperanza ve en este misterio de María un motivo de confianza plena en la realización de la promesa hecha por Dios.
La otra fiesta es la de Nuestra Señora de Guadalupe. Ella es la emperatriz de América y estrella de la evangelización,. Su imagen recuerda a una joven encinta, en espera de su hijo. Es María que se hace presente en nuestras tierras americanas para hacer sentir que también entre nosotros nace el Redentor. Jesús es el Dios humanado que se hizo presente en la historia de la humanidad. María es su madre, el instrumento más hermoso del cual el Padre se valió.
A pocos días de la Navidad, María ilumina nuestra esperanza. Nos invita su figura a ser como ella, capaces de caminar al encuentro del Señor y de hacer de esta fiesta, la celebración de la presencia del Dios en la historia de la humanidad para salvarnos.

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